Érase una vez en un reino muy muy lejano compuesto por ocho colinas reinaba un poco agraciado Conde, el cual decidió administrar en cada uno de los pueblos que se asentaban en cada una de las ocho colinas y en los caminos comunes que formaban ese gran reino de «Las Colinas».
Al principio cada uno de los reinos era feliz con su poco agraciado Conde – Administrador y todos los ciudadanos de cada pueblo vivian ilusionados con las palabras de su Conde. Con el paso del tiempo algunos de los ciudadanos, una minoria, le pidieron al poco agraciado Conde – Administrador que luchará por sus intereses y derechos, y esperaron a que se les solucionaran sus problemas.
El Conde – Administrador al sentirse con el poder de dirigir a las ocho colinas supuso que su sabiduría era superior y sin hacer caso al antiguo manuscrito que contenia las reglas para administrar los reinos de aquellos antiguos tiempos, decidió no hacer caso y olvidarse de los ciudadanos buscando ampliar su poder Administrando nuevos reinos llenos de plebeyos.
Al poco tiempo en uno de los pueblos de las ocho colinas decidieron buscar a alguien que defendiera sus intereses y no se sintiera superior a ellos por el simple hecho de administrar su villa. Al enterarse el poco agraciado Conde – Administrador entró en colerá y se prometió que dificultaria en todo lo posible las relaciones de ese pueblo con los restantes del reino.
Ese pueblo día a día, al cambiar al poco agraciado Conde – Administrador por otro, fue siendo cada vez más fructifero y rentable. Al enterarse de esto los ciudadanos de otro pueblo cercano del reino de las colinas decidieron buscar también a otro Administrador, el cual fuese leal a los antiguos manuscritos y sus reglas para administrar.
El poco agraciado Conde – Administrador al enterarse de esta nueva sumisión volvió a entrar en cólera llevándolo a obsesionarse con las dos villas del reino de las colinas que no administraba y le habian dado la espalda por su mal hacer.
No pasó mucho tiempo cuando el poco agraciado Conde – Administrador fue absorbido por la locura e intentó volver a administrar por la fuerza en todos los pueblos del reino controlando los caminos que unían a los distintos pueblos del reino.
Uno de estos pueblos valientemente fue a pedir justicia al antiguo manuscrito y sus reglas de administración para intentar impedir los arrebatos de locura y frustación del poco agraciado Conde – Administrador.
El manuscrito le dió la razón a los habitantes del pueblo y como castigo al poco agraciado Conde – Administrador le desprendió del cabello de su cabeza, dejandole una prominente calva con lo que se volvió menos agraciado aún. Con este castigo el manuscrito intentó que recordara siempre la primera regla del manuscrito la cual decia: «El rey es el pueblo y no el Administrador».
Cuando el listo se considera por encima de las Leyes, debería empezar a considerar si es listo.
Sábado 16 de julio de 2011 a las 21:16